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  Vincent Rodríguez

  Nació el 27 de julio de 1990 en la provincia de San José. Aficionado a las caminatas largas y las conversaciones cortas.

Desde pequeño fue fascinado por los místicos ojos de las cabras y la manera de matar de los depredadores felinos. Estudió en el Liceo de Costa Rica, lugar donde entró en contacto con la suciedad y decadencia tradicional del sur de la capital. Es amante de las historias cortas de buena trama y finales inesperados, el humor negro, las películas de terror clase B y la comida asiática... Y de escribir prosa. Ha participado en talleres de escritura creativa como taxidermia del cuento, impartido por las escritora Carla Pravisani y cursos online de escritura creativa y poesía de la Wesleyan University y el Instituto de artes de California (CALARTS). Actualmente es miembro del Taller Literario Poiesis.

La noche de los mapaches

            Se levantó de golpe. Miró a su esposa dormir profundamente, como era usual. Poniéndose los lentes se incorporó.Sentado a la orilla de la cama la luz tenue de una veladora era su única ayuda en la oscuridad, aún así le pareció ver todo en su lugar. Todo, excepto la ventana que daba al patio de la casa. Estaba abierta, pero la noche era tranquila, sin viento alguno que le hiciera notar este pequeño cambio.

            Se quitó los lentes y se recostó nuevamente junto a su esposa, un minuto después estaba dormido. No supo cuánto tiempo pasó antes de volver a despertarse, todavía quedaba mucha noche y ahí estaba aquel sonido como de un animal salvaje rondando el techo. “Malditos mapaches” pensó. Se levantó una vez más, empuñó su rifle, lo cargó y se acercó a la ventana sin intenciones de matar a nadie, solo quería dar un tiro al aire y oír al animal correr despavorido. Por costumbre estiró la mano para abrir la ventana y su corazón saltó al tropezar y quedar medio cuerpo expuesto al frío viento. Él mismo se aseguraba cada noche de cerrarla firmemente.

            Con su mano libre se apoyó y volvió a la habitación mientras escuchaba el crujido del vidrio contra una roca, sin lentes y en la oscuridad apenas distinguía turbias siluetas a lo lejos, no obstante podía ver a su esposa claramente en la cama. Volvió a asomar la cabeza, apuntando con el rifle hacia el techo y una fría ráfaga, como si un enorme pájaro hubiera entrado a la habitación, le rozó la cabeza erizándole hasta la espina dorsal. Miró hacia adentro y vio a su esposa sentada en la cama de manera extraña, como una marioneta sostenida del cuello por hilos invisibles. “No es nada” dijo, “vuelve a dormir son solo unos mapach…” Su voz se cortó al ver cómo la cabeza de su esposa se desprendió del cuello y rodó por el suelo escondiéndose bajo la cama.

            La adrenalina impidió que se paralizara y tomando el rifle apuntó hacia la cama, donde el cuerpo degollado de su esposa seguía sostenido por esos hilos invisibles. El cadáver sin vida se desplomó y otra vez sintió el frío viento rozarle el cuello en dirección a la ventana. Miró hacia afuera apuntando y vio la silueta de un extraño ser de pie en el patio. El pequeño niño, con cascos en las patas de espeso pelo negro y enormes garras en las manos,le miró con ojos inocentes. Del mentón le bajaba aúncaliente la sangre de su víctima, desde la boca hasta el pecho, con un brillo plateado a la luz de la luna.

            Quitó el seguro y, cuando estuvo a punto de disparar, el pequeño monstruo dio un salto y se perdió de su vista. Ahora, de vuelta en la habitación se vio totalmente paralizado por la imagen de su esposa decapitada. Devastado por el miedo dejó caer el rifle, la sangre a sus espaldas manchó la pared cuando el culatazo hizo que el arma se disparara dándole justo bajo la quijada, haciendo volar trozos de cráneo y sesos por la ventana hacia el patio.

            Ya amanecía cuando el hijo pequeño de los difuntos se emocionó al ver dos mapaches en el patio royendo pedazos de hueso y corrió a la habitación de sus padres, a despertarlos para ir a ver juntos a los mapaches comer.

Pink Cigarette

El sonido del saxofón cayó sobre la brillante falda de su vestido negro, mientras ella con un cigarro rosa en la mano y el pelo alborotado se deleitaba con la melodía que la cortejaba desde el escenario. Talvez fueron los whisky on the rocks o el gin and tonic que se había tomado esa noche lo que la hizo sentir así, pero fuera lo que fuera no podía quitarse de encima la agria sensualidad del sonido que se mezclaba con el rojo humo de sus labios.

Sin embargo nada dura para siempre y la última nota murió entre sus muslos cruzados, cesando el movimiento de los tacones al ritmo de la música. Con un suspiro de melancolía apagó el cigarro contra la mesa, se levantó y se dirigió al tocador, dondefrotósus pulgares con cocaína,inhalandofrenéticamente frente al espejo. Retocó sus labios medio despintados por los tragos y se acomodó el cabello.

Salió del barde jazzistas lista para llamar un taxi e irse a dormir, ya había tenido mucho durante esa noche, mas un sonido la hizo detenerse y voltear con una mirada de sorpresa y extraña esperanza. Entró de nuevo y en medio de dos contrabajos le pareció escuchar el llamado agudo de su amado saxofón. Mas no era el sax si no la trompeta que tronaba en medio de las cuerdas. La cocaína había alterado ya sus sentidos, o quizá en realidad no conocía muy bien el sonido quela excitaba de esa manera, pero esa noche dormiría como nunca.

 

Vincent Rodriguez T.

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