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Pedro Núñez

Escritor y periodista

Trabajó como docente en el Centro Cultural Costarricense Norteamericano y actualmente labora en la Universidad de Iberoamérica (UNIBE). En 2008 ganó el concurso de ensayo de la Fundación Marviva que lo llevó a conocer la Isla del Coco. Ha publicado libros de cuentos con la Editorial EUNED, Siete días en el Paraíso y Leyendo leyendas; un libro ecológico infantil con Editorial INBio, Abelardo y las tortugas marinas; el libro de relatos fantásticos El diario de Jonathan Monroe, Editorial Uruk; con Editorial Clubdelibros participó en la  Antología de cuentos de terror Telarañas y publicó el libro de relatos Memorias de un mundo que soñé

Trabaja en un libro de cuentos Ahora sé de dónde vengo, histórico-fantásticos con la EUNED . Pertenece al Grupo Literario Poiesis desde sus inicios hace 10 años.

UTOPÍA

 

“Toda vida, por lo menos toda vida humana,

es imposible sin ideal, o dicho de otra

manera, el ideal es un órgano

constituyente de la vida".

José Ortega y Gasset.

  –Me engañaría a mí mismo si dijera que soy un hombre dichoso- dijo el ex presidente.

Zendthur, el viajero de las estrellas, le observó con incertidumbre y compasión.

  –¿Quiere decir que la soledad y el silencio de esta isla no te han ayudado a encontrarte contigo mismo?

  –Desde luego mi conciencia se ha elevado en este exquisito refugio; pero mi conocimiento del mundo es un fantasma que me perseguirá mientras viva. Zendthur, no puedo ignorar la podredumbre que carcome a las sociedades, no puedo ser indiferente ante las guerras y el terrorismo, o ante el hambre. ¿Cómo podría sentirme dichoso mientras haya pobreza, ignorancia, corrupción y tantos otros males que afectan al mundo? No, no puedo, y menos sabiendo que las principales víctimas de todo esto son niños, millones de niños que llevan una vida miserable. ¿Usted sabía que a diario mueren miles de ellos?

-Conozco los problemas y las aflicciones de la humanidad; pero también te conozco a ti, y sé que fuiste un gran gobernante, íntegro y justo.

  –Sí, pero a veces pienso que mi batalla contra la corrupción y la desigualdad fue inútil.

  –Las buenas obras nunca son inútiles. Son como semillas esparcidas, tarde o temprano germinan. Por supuesto que no es tarea de una sola persona; pero la corrupción y la injusticia desaparecerán.

  –¿Cómo? ¿Con más leyes? ¿Con castigos más severos?

  –Las leyes penales surgen como paliativo ante acciones que perjudican el orden establecido en las sociedades. En otras palabras, un exceso de estas leyes

equivale a una constante inestabilidad social. Tú sabes que esa no es la forma de acabar con los delitos, así apenas y se consigue reprimirlos.

  –¿Dígame cómo lograron acabar con ellos en Ukleny?

  –Los males de las sociedades se disipan a medida que estas evolucionan. Se requiere de un largo proceso, similar al de la evolución natural. Los defectos se corrigen y surgen otros nuevos; pero el conocimiento orientado al desarrollo de la conciencia los hace cada vez más triviales, hasta que llega el momento en que desaparecen. En nuestra sociedad, por ejemplo, no hay ninguna ley que castigue el robo, porque no existe este delito. Tampoco tenemos leyes contra fraudes, corrupción o estafas, porque todo eso forma parte de los capítulos oscuros de nuestra historia, y ni siquiera contra el crimen: la agresividad y el instinto asesino también los hemos dejado atrás.

  –Zendthur, de acuerdo con su experiencia, ¿usted cree que todos los males de la Tierra lleguen a desaparecer algún día?

  –Es probable, a menos que la humanidad se autodestruya antes, lo cual también es factible.

  –Muy factible, Zendthur, porque parece que siempre vamos a encontrar razones para matarnos unos a otros. Supongo que no sucede lo mismo en su mundo. ¿Qué papel juegan las guerras allá en Ukleny?

  –¡Ninguno! En mi mundo, el último conflicto armado se dio hace seis mil años terrestres.

  –Me parece increíble, Zendthur. ¿Quiere decir que ustedes no tienen ejércitos ni armas? Entonces, ¿cómo podrían sobrevivir al ataque de otra civilización?

  –Ejércitos no tenemos, pero el desarrollo de nuestra tecnología nos ha dejado armas muy sofisticadas, capaces de desintegrar un planeta. Esas armas no se usan desde hace cientos de años, y son sólo un exceso de cautela. Las probabilidades de que otra civilización nos ataque son remotas.

  –Debe haber una razón para tanto optimismo.

  –¡Por supuesto! Para que una civilización alcance un nivel de desarrollo similar al nuestro, es preciso que antes supere sus instintos primitivos, como la envidia, el

fanatismo, la violencia, el odio y tantos otros; si no lo hace, lo más probable es que se autodestruya.

  –¿Y no se presentan conflictos civiles?

  –Nosotros no tenemos fronteras ni estados. Formamos una sola nación de doce mil millones de habitantes, un enorme país llamado Brémur, que significa armonía. Los bremurianos contamos con un sistema de gobierno que en cierto modo se asemeja al democrático, con la diferencia de que no necesitamos divisiones de poderes. Como nadie tiene intereses personales y sólo se trabaja por el bien común y el ascenso universal, tampoco existen las rivalidades políticas. Recuerda, la agresividad y los conflictos no tienen cabida en nuestra sociedad.

  –Algunos filósofos aseguran que el instinto de agresividad del ser humano es indeleble. ¿Usted que piensa, Zendthur?

  –También hay otros que afirman que el hombre es bueno por naturaleza. Los postulados filosóficos son discutibles; pero no lo es el hecho de que conforme una civilización evoluciona, también evoluciona su pensamiento. Nosotros hemos llegado a un nivel en el que no existen ese odio, esa envidia, ni ese egoísmo de que hablábamos. Hemos dejado atrás la intolerancia y la ambición, y por supuesto ese instinto de agresividad que mencionas; y te repito que es posible que el ser humano pueda alcanzar ese estado que por ahora no pasa de ser mero idealismo. En este momento va por mal camino, porque, entre otras cosas, las sociedades están en una etapa en que son dominadas por la codicia y el consumismo desenfrenado, y esto está dejando una grave secuela, a la que pocas personas le están prestando atención.

  –¿A qué se refiere, Zendthur?

  –Al calentamiento global. Si no se regula la explotación y el consumo de combustibles fósiles, no será necesaria una nueva guerra mundial para acabar con la vida en el planeta, el caos climático se encargará de hacerlo. Lo más lamentable es que, habiendo tantas alternativas, pocos las tomen en cuenta con la seriedad debida.

  –Sería muy insensato negar que tiene razón, Zendthur. A propósito, me parece que usted me había hablado del combustible que utiliza esta nave suya, ¿no es cierto?

–¡Por supuesto! El día que nos conocimos. ¿Recuerdas? Conversamos sobre mi planeta y sobre mi recorrido por la galaxia. Fue entonces cuando hablamos del elemento que más abunda en el universo, ese que ustedes llaman hidrógeno y nosotros tepzen. Gracias a nuestra tecnología, nosotros aprovechamos el tepzen que se encuentra disperso en el espacio; pero eso en realidad es sencillo, lo complejo es el mecanismo que le permite a nuestras naves utilizar esa inagotable fuente de energía.

  –Sí, es cierto, Zendthur, ya lo recuerdo; ¿y sabe qué? Estoy seguro que el día en que nosotros utilicemos una fuente de energía como esa, se acabarán muchos de los problemas que nos agobian.

  –Ciertamente así será, de hecho ya es posible usarla en vehículos, pero tú sabes que el problema radica en los insensatos y paradójicos intereses que hay de por medio.

  –Perdone mi curiosidad, Zendthur; pero, hablado de problemas, ¿acaso no los tienen ustedes allá en Ukleny?

  –Si te refieres a problemas políticos, sociales y económicos, y a toda la angustia y el sufrimiento que provocan, debo responderte que nada de eso forma parte de nuestro modo de vida. Nosotros vivimos en armonía con el cosmos. Como te decía, no trabajamos por dinero ni estudiamos por honores. Todo lo hacemos con el fin de elevar nuestra conciencia y mantener la armonía interior y la cósmica, que en realidad son una misma. Tampoco padecemos enfermedades virales o congénitas, ni siquiera durante nuestra vejez, todas las hemos erradicado. Sin embargo, la prudencia nos obliga a mantenernos alerta.

  –Zendthur, usted habla de vivir en armonía, ¿usted cree que pueda haber mayor quimera para la humanidad?

  –No te engañes, hay muchas personas que han alcanzado un nivel muy elevado de armonía interior, y te aseguro que no está distante el día en que el ser humano se convenza de que la única diferencia entre él y una estrella radica en la longevidad. Todos somos uno con el cosmos. No hay ningún contraste entre el polvo estelar y el calcio de los huesos. La savia de un roble, el agua de esa ola que acaba de romper y el líquido amniótico, son la misma cosa. Nosotros dos hemos nacido a

miles de millones de kilómetros uno del otro; pero en realidad siempre hemos estado juntos en el infinito. Todo proviene de un mismo punto, y siempre vuelve a él. No es necesario que te eleves en la escala evolutiva para que aprendas a escuchar. Si prestas atención, te darás cuenta que el mar tiene mucho que decir; él conoce los secretos de los ríos. También debieras ponerle atención al viento, él charla con las montañas y con la arena de los desiertos; y ni qué decir de las demás criaturas que habitan este mundo tan fascinante.

  –¿Cómo es que sabe todas esas cosas, Zendthur?

  –Cuando yo llegué a este frondoso planeta, tuve que aplicar el don de escuchar para poder comunicarme. ¿No te había dicho que yo platico con las ballenas? ¿Sabías que ellas sienten pena por ustedes? Ojalá aún existan cuando llegue el día en que puedan sentir admiración.

  –Tal vez sería más fácil que ese día llegara si usted aterrizara su nave en los jardines de la Casa Blanca o en la Plaza Roja. El hecho de que le mostrara al mundo qué tan grandioso puede ser su porvenir, serviría de inspiración para corregir el rumbo.

  –Yo no debo intervenir, no me corresponde. Y si lo hiciera, no estoy seguro de que fuese de gran ayuda. Recuerda que estamos hablando de un largo proceso.

  –¡Qué lástima, Zendthur! Pero hay algo con lo que yo he soñado toda mi vida y que sí está a su alcance concederme. Hace tiempo que quiero pedírselo.

  –Si crees que así es, adelante, dime de qué se trata.

  –Quiero tener el placer de contemplar esta esfera azul desde el espacio. Moriría satisfecho después de realizar ese sueño.

  –No te preocupes, no vas a morir, sólo tómate ésta pastillita y listo. ¡A volar!

Para que su amigo pudiese contemplar a placer la colosal perla, el viajero de las estrellas dio varias vueltas a su alrededor. El ex mandatario atesoró en su memoria los azulados espejos líquidos; el perenne forcejeo entre la luz y las tinieblas; las silenciosas sábanas de hielo; la desnudez de los desiertos; las altivas bandas de cordilleras, sitiadas por enjambres de nubes y vapores; las felpas verdes y palpitantes de vida; los campos sin ciudades y sin pompa...

  –Zendthur, no encuentro palabras para expresarle mi agradecimiento. Qué privilegio haber contemplado la Tierra en su esplendor, y comprobar que es, ¿qué puedo decirle?, es como una imponente rosa azul, y las imperfecciones que tanto me afligen son tan sólo sus espinas. Siempre la he amado, y ahora la amo más todavía.

  –Me gusta esa comparación de la rosa, y me agrada saber cuánto la amas.

  –Ya que hablamos de amor, Zendthur, me encantaría saber qué tan importante es ese sentimiento para los bremurianos.  

  –Te aseguro que si deseas dormir un poco, será mejor que dejemos esa charla para otro día.  

Pedro Núñez  

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