Milagro Madriz León
Nació en San Pedro de Montes de Oca, San José Costa Rica, en diciembre de 1952.
Asistió a la escuela Dante Alighieri y al Colegio María Auxiliadora.
En 1976 se graduó de odontóloga en la Universidad de Costa Rica.
En 1978 ingresó como docente a la Facultad de Odontología; labor académica que culminó treinta años después, cuando se acoge a la jubilación.
Paralelo a su dedicación a las ciencias, mantenía su amor por la literatura, especialmente la poesía, que la motivó a escribir poemas desde hace cuatro años.
Desde hace 8 meses es miembro activo del Grupo Literario Poiesis. En este momento se encuentra trabajando en la publicación de su primer poemario.
EN UN SEGUNDO
Descendí,
sin trazo indefinido en la pintura,
con un círculo rojo y su tangente,
nervadura de la sangre en sus encuentros.
Lo ambiguo en el filamento de la noche
sigue los caminos de la culpa,
el miedo en la calzada del suicida
a la sombra proscrita
que aún no llega.
¿Quiénes somos?
¿Adónde vamos?
Qué importa.
Solo contamos con el parpadeo in situ del segundo,
el certero beso a la noche del poniente,
a la estrella que parió en la oscura madrugada.
La sangre entre las hojas de un poema,
el chasquido del metal en el gatillo.
Un clic que suena a mis espaldas.
Una bala que se hunde,
y marca entre comillas mis pesares.
El celular que ilumina el segundo del insomnio,
las estrellas, la distancia, la codicia.
El desconocido equilibrista
en la cuerda del abismo,
su pulso, su miedo y sus jadeos.
Del homo sapiens la palabra
en litigio permanente con la vida.
Exhala, claudica su reloj,
en las vigas del tiempo
y su segundo.
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MANIQUÍ
Me diluyo en el ventanal.
Eres solo un disfraz,
me dice la peluca,
mientras observa los tatuajes del hambre
refractados en la dermis de la angustia.
Cuerpo de resinas insomnes,
sin faroles que enciendan
los pezones virginales de la soledad.
A veces quiero ponerme
el atuendo del destiempo,
con manos de arcilla
que tiemblen,
cuando la antorcha
convoque mi sexo,
asombro y plenitud
ante el encantador.
Pero hoy es un día más,
mis ojos ataviados de niebla
lloran en la vitrina del engaño.
Desvestida de advientos,
ni Dios quiso asomarse a mi ventana.