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Mario Valverde

Mario Valverde Montoya. Estudié filosofía U.C.R. Laboré como profesor secundaria en muchos colegios: Liceo de Costa Rica, Colegio Superior de Señoritas, Roberto Brenes Mesén, San Judas Tadeo, Franco Costarricense, entre otros. Desde el año 1986 laboré hasta el año 2014 para la UNED como coordinador del Programa de Promoción Cultural y como profesor de filosofía de la Escuela de Ciencias Sociales y Humanidades. Escribí por muchos años para: Semanario Universidad artículos de opinión, libres y de temas diversos. Para revista de Extensión con una columna propia llamada: EL MURO. Mantuve un boletín de denuncias llamado la PATUNED por 22 años. Escribí para periódico oficial de la UNED ACERCARTE. Publiqué libro de Cuentos LAS VOCES, P4R-P4R en editorial UNED, con un tiraje de 600 libros y actualmente con 500 vendidos. Participé como prologuista de una Antología de Talleres de poesía, dirigidos por Erick Gil Salas por 15 años y participante del mismo. Participé y gané primer lugar concurso poesía AGECO 2015. Fui fundador y presidente de Asociación de tutores UNED. Secretario Sindicato UNED. Fundador y vocal Asociación de Profesionales UNED. Fiscal Asociación Solidarista UNED.

ESO NUNCA FUE MÌO

 

 

Nunca me he explicado porque  aceptaron mi cuerpo flaco, mis ropas desteñidas,  zapatos viejos y mi cara de niño callejero. A la distancia del tiempo, pienso que un día saludé su soledad  y eso llevó a su casa. Pero el cuaándo llegué, no puedo recordarlo. Solo me veo  jugando ajedrez o subiendo a la terraza de la casa de su hermana para explorar los cielos con su telescopio. Ahí conocí la rojedad de Marte, el anillo de Saturno, los huecos y montañas de la luna llena; recuerdo los ojitos de las estrellas llamadas Santa Lucía y las Siete Cabritas, ese era todo mi Universo. R. sabía dónde estaba cada planeta en cada noche diferente. Yo era un niño  de las mejengas interminables, de las esquinas de lo sueños, de los eternos juegos, de los castigos duros. R. era una especie de príncipe atrapado en su propio castillo. Su madre era muy bondadosa, eso es, recuerdo su bondad y nada de su rostro. Su hermana bellísima con una sonrisa sin odios.  La mesa, los platos, los manteles, la comida, el padre poderoso, todo era de otro mundo.

Un día de tantos llevé la fórmula de la pólvora. La casa tenía un sótano y una cava. El patio era gigante con muchos árboles de mango injertado y una cancha de basquetbol y dos perros negros imponentes que me olfatearon y me hicieron de inmediato parte de sus memorias. Pronto, en cada visita corríamos con toda libertad. La fórmula la había aprendido y experimentado de mis amigos Pato y Zorro, compañeros de escuela y de aventuras. Con ellos aprendí a mezclar el azufre, el salitre y el carbón. No habíamos cumplido los  doce años cuando descubrimos la primera explosión controlada desde una batería de auto. R. sintió la misma curiosidad que yo sentí. Lo que faltaba eran los materiales. El me dio la plata y yo me fui de compras a tiendas encargadas de surtir productos agrícolas, el carbón se conseguía con facilidad en el mercado.

En ocasiones los padres de R. se iban para su finca en el Norte de Heredia. Esperamos el momento.  Me dijo que estaría solo con la empleada en el fin de semana. Bajamos al sótano. Mezclamos en un recipiente de barro, encendimos el fósforo, lo lanzamos de cierta distancia y vino el fuego que subió casi hasta tocar el techo de cemento. La admiración fue enorme. Nos volvíamos a ver, como si hubiéramos descubierto el lado oscuro de la Luna. Había subido una especie de volcán en erupción que se mantuvo por varios segundos. De seguro  sentimos la misma emoción el primer hombre  atrapó el fuego  entre sus manos. Repetimos por varias veces la experiencia. Y soñábamos con algo  grande. Luego empezamos a construir mechas con mecate y nos pasamos al patio. Los gigantes hormigueros serían las siguientes víctimas. Pasamos de los volcanes a las bombas caseras, metimos la pólvora en pequeños tarros tapados y sellados. Pum, pum todo volaba. Más plata y más pólvora. Todo en secreto. Los planetas y estrellas se quedaron perdidos. De vez en cuando un juego de ping-pong o unos juegos de ajedrez P4R-P4R, solo para hablar del tema de las explosiones entre movimientos de peones y alfiles, compra y cobro de alquileres. Pasamos de las latitas a latas de avena  grandes, no quedaría un sola cabrona hormiga viva. Sólo esperamos otra salida de sus padres.

La mecha tenía como ocho metros. La explosión  no nos afectaría. La encendimos, avanzaba con lentitud, a lo mejor estaba un poco mojada. El chisporroteo sonaba a cada avance de la mecha. Estábamos seguros sería una de la explosiones más grandes, R. había invertido mucha plata. Poco a poco, la mecha tomó  fuerza, creo, el viento ayudaba. Al fondo el ladrido de los dos perros doberman. El fuego de la mecha corría  rápido, como nuestra amistad.

Posiblemente por esa razón es que se me prohibió acercarme a la casa de R; de mi parte, yo seguí jugando mejenga con mis amigos en la plaza, matando pájaros y atrapando mariposas cerca del buschatarra,  de todas formas yo siempre me decía cuando lloraba al recordar los pedazos de perros regados por el patio con la hormigas pegadas a sus cueros…de por sí, eso nunca fue mío.

17-06-2012

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