Mario Ulate Vásquez
Mario Ulate Vásquez, poeta nacido en San José en 1948, se nos fue a fin de año 2018, casi en forma desapercibida. Lo que nos duele mucho a quienes lo quisimos. Un gran amigo, sin duda, En los últimos años, casado con la joven poeta Ana Leal de Puntarenas, se fue al puerto a seguir su vida, luego de un paso fugaz por los talleres de nuestro Grupo Literario Poiesis. Antes, participó de los talleres de poesía del Círculo de Poetas Costarricenses con el maestro Laureano Albán, durante tres años. Fue miembro y Presidente de la Asociación de Autores y miembro fundador del Grupo Literario Voz Abierta. Ha publicado tres poemarios Imágenes, 1979. Persistente Asombro, 1991, Espejos Ardiendo, 1884, El beso montaraz de la memoria, 1999, y Casa Dormida, poesía y fotos, homenaje familiar, 2008. Dejó inéditamucha producción poética y un cuentario.

De la segunda parte MEMORIA DE LA HUELLA, el poema III
Estas eran mis calles ¿lo sabías?
antes de ser esta presurosa figura
que paga, literalmente,
para aparcarse en ellas.
Eran mías a pie, naufragando amores
en rincones y aguaceros repetidos.
Calles siempre asediadas
por voces y destellos:
las voces de Santiago y de Roberto,
los destellos de Hilda y Teresita,
la risa diminuta de mi hermana Ana María,
embistiendo la enorme
marejada de mis sueños.
A veces vuelvo a tenerlas por instantes,
como esta noche,
cuando se quedan quietas,
envejecidas y maltratadas,
esperando el silencio compasivo de las sombras,
para sentir que nadie se ha ido,
que nadie ha muerto todavía,
que solo estamos adormecidos,
en este espasmo de luces
y aspavientos colectivos,
dialogando inútilmente con las añejas máscaras
de nuestras soledades.
Que aún es posible volver, a pie,
con los ojos heridos de un asombro antiguo,
y hablar en una esquina repleta de espejismos.
Estas son nuestras calles todavía,
y nuestros pasos y el aliento emocionado
de nuestras voces.
Y la lluvia…¿Por qué siempre la lluvia,
eternamente acechando
mi ventana y mis palabras…
Calles de la alquimia
por las que caminamos
casi sin reconocernos.
Sorprendidos laberintos
llenos de hombres atribulados
que olvidaron el abrazo de las aguas
y los nombres luminosos de los magos.
Calles de los encuentros
con nidos de camisas celestes,
con mendigos de orines y de humo,
con manadas de autobuses
de hierro pintarrajeado.
Calles de noches y mediodías, de perros,
de fantasmas extasiados
en los muros del grafiti,
de funcionarios, de chapulines,
de cuidacarros y de esa marea roja
de taxis atropellándonos.
Calles de luces que se tragan
L, nuestras calles:
¡Cómo no amarlas!
Calles del viento, de ojos invisibles,
de ojos fugaces de brujos urbanos
que habitan en los parques.
Cómo no ser uno más de sus sombras
melancólicas un día, si están hechas
de risas, de primeros secretos, de sábados,
de inviernos, de regresos…
Calles de noche que todos caminamos,
con nuestras cartas prendidas en los años.
De su libro El, beso montaraz de la memoria, su poema VII de la primera parte MEMORIA DE LA HUELLA
Me encontrarás un día caminando
en la herida interminable de la noche,
por las calles cansadas de ser siempre
las mismas, asediando fantasmas
que se han ido oxidando en el regazo
cruel de las piedras heridas, o quizá
alguna estrella que agoniza en el fondo
de alguna alcantarilla.
Y es posible que nunca reconozcas mis
ojos de aprendiz de alquimista, cuando
tome tu mano y te lleve a pescar
talismanes de hielo en el fulgor suicida
de los escaparates…
Caminarás conmigo ofreciéndome el talle
desnudo de tu espera, y sentiremos juntos
todo el frío, doliente ue amarr
este universo de neón y de miedo,
mientras atravesamos el vértigo pequeño
de aplastar el cemento con metáforas rotas
y un sabor de ternura en el aliento.
Aprenderás conmigo que la magia perdida
no es aquella ambrosía que destila
esa máscara sedosa de la luna.
Es más bien un torrente que corre
por los ojos de amargas madrugadas.
Y no tendremos ansias del espectro del tiempo
mientras vamos trenzando magnéticos secretos.
Tu pecho, como un cisne, despertará en mis labios,
y no importará nada, nada:
ni las horas escuetas de relojes noctámbulos,
ni la ambigua vorágine que naufraga en los parques,
ni el dolor, ni el hastío, ni la sirena amarga
que incendia la agonía por las calles mojadas.
La noche besa la tibia plenitud de tus silencios…
Allá está el viento…¿lo ves?
atrapado en las ramas
sorprendidas de los árboles.
¡Cómo se agita y lucha y gime!
Como este corazón de niebla cuando te mire así,
Muda como un reflejo
-tan prohibida en tu frágil vaticinio-
Y te invite a desatar, uno a uno,
Los broches callados de tu aliento
Esa noche al fin, de mis espejos ciegos.