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Ivannia Victoria Marín Fallas

Narradora

 

Nace en la provincia de San José el 11 de marzo de 1991. Desde pequeña siente un gran interés por la literatura de la que nunca pudo ni quiso desligarse. Empieza a escribir a los 16 años cuando descubre el gusto por expresar sus opiniones e inquietudes a través del ensayo.  Actualmente se encuentra cursando la carrera de filología clásica en la Universidad de Costa Rica y es miembro del grupo literario poiesis

Podredumbre

 

 

Hoy estuvo junto a mí. Como siempre se ha manifestado cuando ha querido. Soplé sobre su nuca pero como era de esperarse, no hubo reacción alguna. Sus ojos estaban fijos en el pequeño mundo que sostenía con ambas manos. Lo miré fijamente, de manera insistente, dramática, sin pestañear, pero seguía inmóvil, sin pronunciar palabra. No me fue posible establecer ningún contacto. Entonces, no tuve remedio, caminé torpemente tropezando conmigo mismo,  me senté en el banquillo  junto a la ventana cerrada para retomar mis lecturas y de vez en cuando correr el cerrojo y dirigir una mirada a todo aquello que había decidido abandonar voluntariamente.  Nadie con excepción de Bennu, estaba pendiente de lo que hacía, quien tras su frenesí matutino se posó sobre mis regazos  y luego de haber estudiado cuidadosamente cada flanco, intentó arrancarme la mano de un mordisco.

 

Inmediatamente volvió a mi mente la idea de comunicarme con esa compañía tan ausente, pero cuando me dispuse a reanudar el intento, la luz de las velas no me mostró  más que los destellos del fuego reflejados en los grandes ojos de Bennu.

Estos seres me torturan constantemente. Me niegan aquello que más anhelo con su indiferencia. La vida sobre la tierra me interesa realmente poco, pero al mismo tiempo me niego a sucumbir a una existencia inagotable en donde he de fundirme con el todo perdiendo mi individualidad. Esto es lo que deseo, perseverar en este camino, en mí mismo, sin trasmutaciones, eternamente. ¿Será esta pretensión demasiado grande?

 

Las invocaciones que he usado no han sido capaces de develarme aquello que pueda satisfacerme, el secreto que busco día y noche en los textos, en las estrellas y en el mundo de los espíritus. Hace tiempo que ya no soy el mismo y ni siquiera Bennu me obedece. Yo mismo le creé y de la boca de Astarot arranqué el conjuro que me permitió darle un soplo de vida a su pequeño cuerpo dorado. Mas desde un inicio mostró señales de rebeldía, solo calentaba mi pecho cuando él lo quería, y de vez en cuando destrozaba todo lo que tuviera cerca emitiendo unos extraños alaridos.

 

 No soy más que una pieza de barro que ve con mirada hueca este mundo en el cual no encaja e intenta escudarse en la mística, en la profundidad del anonimato, queriendo tal vez nunca haber salido de ese vientre divino. El afán de conocimiento y la fascinación por lo infranqueable me han sostenido, llevándome a buscar la sacralidad en los libros y la verdad que se esconde dentro de cada la palabra.

La noche se ha vuelto  fría y el aire denso, la luna oscura domina el horizonte. Tiemblo, me consume la impaciencia, una vez más me encontré solo con la sombra de mi humanidad. He perdido la protección de aquella lengua olvidada que emergía del interior de mi alma. Mis manos han dejado de obedecerme y mi voz una vez más se encuentra ausente.  Dejando huellas de ámbar en el horizonte, mi compañero ha escapado por la ventana ante el preludio de lo inevitable Yo mismo lo he alejado, así como he desterrado de mi toda subordinación a las leyes que antes con gusto seguía.

 

Escucho los gemidos que desde el Sitra Ahra  anuncian su llegada. Mientras este ser, esta figura de la fecundidad primitiva,  como una masa informe, hecha por los materiales que arrastraron el mar y el viento, en su cueva, da pulsaciones de vida, y luego se retuerce en medio de siseos insoportables, hasta llegar a tener la forma  que repelen los amuletos de los tres ángeles en el cuello de los niños.

 La he llamado, he abierto las puertas de mi alma para compartir su destino, tengo la esperanza de sobrevivirle. Cierro los ojos y me entrego a su dominio. Este lugar se ha ido convirtiendo lentamente en un plano vaporoso y mi ser se siente como si flotara sobre tibias aguas. Mi lengua ha empezado a degustar de una salinidad sutil y embriagadora por segunda vez.

 

Recuerdo su rostro,  era de una belleza perturbadora. Salvaje y al mismo tiempo de una dulzura exquisita en cada uno de sus rasgos. Me miraba fijamente con aquellos ojos pardos que revelaban una inteligencia poco común. Eran sin duda los ojos de un depredador. Por un instante brevísimo, cuando su cabeza se inclinó levemente hacia un lado, pude ver en ellos lo que me pareció el atisbo de una tristeza profunda, pero este se desvaneció casi de inmediato, consumido por su voluntad. ¿Quién pudiera creer que una figura tan hermosa, en la que se condensaba la armonía perfecta,  sea portadora de tanta desgracia para el hombre? En ese momento todos los saberes ocultos que había aprendido no pudieron si siquiera compararse con la nada. Aquella que fue y es  completamente dueña de sí misma, lo era también de este remedo de sabio.

 

Que este demonio destruya todo lo que encuentre a su paso, que desgarre la carne y mutile a su antojo. Y finalmente, cuando lo desee, pueda retornar a la ciudad dentro de sí mismo, junto a aquellos que le son comunes.

No voy a endulzarle con la decadencia que le gusta; esa que respiran y exudan las viejas flores de su jardín. Solamente seguiré existiendo en medio de este círculo, increíblemente frío, increíblemente bello y agradable, esperando por esa oportunidad que tanto anhelo.

 

 Una voz irrumpe en medio de la calma.

— ¿Qué  es esto de sentirme tan pequeñita? ¿Qué es este miedo constante de que tras de mí no resuene el eco de nada ni de nadie?

Puedo sentir un gran dolor; un dolor que me hace desvanecerme lentamente. No lo comprendo. Una figura simple que se desdobla en otra más interesante. Mientras todo esto se pierde para mí. Ha faltado tan poco…

Un olor a descomposición inunda la pieza. Él está aquí nuevamente, sostiene el pequeño mundo con sus dos manos. Pero  esta vez,  en esta lóbrega habitación, él también me mira. Y de repente, una mueca que quiso llegar a sonrisa se me clavó en el alma.

 

 

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