Henry Rojas
Poeta
Henry Rojas, 1951, nació en Grecia, en el Alto del Conejo al mediodia, de niño su familia se trsladó a la costa caribeña, donde pasó su infancia. Luego estudió en el Colegio Técnico Agropecuario de Santa Clara en San Carlos. En 1972 arribó a San José, a estudiar en la U.C.R., interesado en la literatura, participa de talleres literarios del Círculo de Poetas Costarricenses, Se involucra en las luchas estudiantiles y sociales. Como hombre formado en el campo, se convierte en Guardaparques y luego estudia Educaciòn ambiental y Planificación de Áreas Silvestres. El gusanillo de la poesía y la narrativa no lo abandonan nunca. Publica en Costa Rica, en forma artesanal, un libro versificado llamado El Fuego, dirigido a los niños, ilustrado por Alvaro Borrasé. (1985), mismo que luego publicaría en México con la Universidad de Guadalaja (1990) En 1989 publica el cuento poético Curutza y el río, financiado por el Museo Nacional de Costa Rica. En 1990 publica en un convenio entre el Servicio de Parques Nacionales y la Editorial de la Uned, Terbi y el abuelo, relatos breves sobre la caza y la vida de los indígenas bribris. La Editorial de la Uned publica El fuego junto con su nuevo trabajo en verso El agua, siempre de carácter pedagógico para niños y con las ilustraciones de Borrasé (2012), en su colección Mapachín. Tiene inéditos varios poemarios, entre los que destaca POEMAS PARA AMANDA, y las colecciones de cuento: Paridos del aire y Los hijos de Pandora. Recibió el Premio Ojoche otorgado por el Instituto de Biodiversidad InBio en reconocimiento a su obra de interés pedagógico en el campo de la educación ambiental. Pertenece al Grupo Literario Poiesis desde hace un año. Vive su retiro con sus animales en una pequeña propiedad en Santa Bárbara de Heredia. Es y sigue siendo un poeta bucólico, a veces cerca del mar, y a veces en la montaña, donde busca siempre la difícil sencillez.

CARÁMBANOS
Se busca mujer morena
que sepa lavar
los carámbanos de la luna.
Que sepa reír
como mordiendo,
que sepa trenzar
flores, incienso,
y que desde el balcón
sepa echar a rodar los sueños.
Se busca afanosamente
para que la tarde no se enrede
y pierda su tropel
y me quede cabalgando solo.
Si la han visto,
díganmelo quedito,
no se vayan a asustar
las palomas moradas
que están haciendo habitación
muy cerca de donde yo la espero.
BERMELLÓN
Se me antoja el rojo
que en los pies se hace velero.
Busco el ritmo y no lo encuentro.
Los dedos van y vienen
y tejen con los tuyos
pequeños barquitos de deseo.
La música se confabula
y un traspié y otro y otro
marcan los regresos.
Me gusta el rojo,
bermellón de la tarde,
su loco afán
de subir por las caderas,
su carita de incendio,
su mar roto
lleno de banderas y veleros.