top of page

Carlos Morera López

Poeta

 

Nació el 8 de mayo de 1989 en San Isidro de Pérez Zeledón. Cursó sus estudios primarios en la escuela Francisco Morazán Quesada y los secundarios en el Liceo Unesco. Dio sus primeros pasos en la escritura a los 15 años, involucrándose más tarde en otras actividades de corte artístico como canto coral y concursos de poesía a nivel colegial.

Es miembro del Grupo Literario Poiesis desde el año 2014.

Soliloquio de polilla - Carlos Morez
00:00

 

 

 

Soliloquio de polilla

 

 

Daban dos campanadas

 el nocturno incesante

de mi cuarto,

y el sol se resbalaba torpe

en la cornisa de mi puerta.

 

Era de esos días donde se repta

entre las manos de un ángel,

y el reloj se quedaba quieto,

sin rostro propio,

en una lumbre añeja

entre el aire y los sueños.

 

Pero escuché su vaivén

de pájaro inhóspito,

y se abrió paso en mis orillas

fabricadas por cubistas,

en una guerra absurda

contra unos viejos naipes:

 

Era una polilla,

devorando a la reina de espadas

sin la malicia de las horas.

 

Ahí, sobre mi escribanía,

uno o dos papeles fraguándose

en el mueble de mi cuarto,

vivía esa polilla

con ese afán saprófago

de devorar el centro de mi sangre.

 

"¡Qué amarga existencia de polilla,

-me dije tras echarle un vistazo-

 ser un carroñero del tiempo,

 el caníbal del recuerdo,

 una larva infame en mis ojeras!"

 

Acerqué mi mano para espantar

su funeraria forma de alabar

a las cosas y sus gritos,

pero me respondió

con su gesto impávido

al derribarse en el naipe,

sin más miedo que su mirada

en lo vacío de mi verso.

 

"¡Vete, no eres más que una polilla!

 ¿Por qué me arrinconas

  entre la espada y el recelo?"

 

La polilla callaba.

Solo seguía masacrando

la triste oquedad de la reina.

 

"Solo eres una súplica de muerte.

 ¿Acaso no ves lo diminuto de tu peso?

 ¿Crees devorar algo útil, una triste carta,

  con su brújula apuntando hacia el vacío?

 ¿Piensas ser algo más que un cómplice del polvo?"

 

La polilla seguía callada,

mascando poco a poco

el resto de mis cartas

con ese fervor de los dioses

para empujar a la deriva sin desearlo.

 

Con el refrán apropiado

justificando mi homicidio,

levanté un zapato cualquiera

y caí al borde de mi ego:

 

"¡Morirás!

 Sin dejar más rastro

 que un cadáver deshilachado

 por tus hijos y sus sombras"

¡Aprenderás lo salvaje de tu tiempo!"

 

Pero la polilla solo conocía el silencio.

Y su opaca mirada se volvió

un espejo herido

en el fondo de mi tacto.

 

Quizás soy yo esa polilla,

consumándose en la locura. 

 

 

 

 

 

 

bottom of page